Cuando escribí el artículo anterior sobre
“Las emociones del mundial”, me imaginé todo menos que iba a haber segunda
parte. Tengo que reconocer que como la gran mayoría, no quería que se acabara
este evento por todas las buenas sensaciones que nos hacía experimentar, pero
también por todo lo que daba para hablar, y comentar. Y uno de los temas que me
resultó especialmente fascinante, aunque resulte un lugar común, fue el de los
secretos del profesor Pékerman para haber logrado lo impensable. ¿Qué fue lo
que llevó a generar tanta cohesión de grupo e imprimir tal motivación y
orientación a resultados? ¿Cuál fue la combinación mágica entre disciplina y
esfuerzo, el equilibrio entre una alta exigencia y una poderosa resistencia a
la frustración?
Pensaría, desde mi modesta percepción psicológica que
la estrategia de este técnico tuvo un poco de varias cosas: querer a sus
jugadores, conocerlos, dar afecto y ánimo y a la vez contención con una
presencia activa. Ser una figura definida de autoridad pero con un
carácter cálido de guía, creando reglas claras pero permitiendo que cada uno
aportara desde sus fortalezas. Pékerman acompañaba a sus jugadores al cien por
ciento en los entrenamientos y los dejaba actuar cuando ya era su tiempo de
estar solos. Valoraba su esfuerzo, identificaba sus puntos fuertes para
potenciarlos y sus debilidades para mejorarlas. Los dirigía y les ayudaba a
creer en ellos mismos. Los inspiraba para apostarle a algo superior, les trasmitía
fe y les mostraba el valor de querer lo que se hace. Y algo, igualmente
poderoso y es la energía que se produce al trabajar en equipo, reconocer las
habilidades de los demás y apoyarse en ellos para enfrentar las dificultades
que imponía el contrincante, con el deseo de ganar pero jugando limpio, no a
cualquier precio.
Como en la educación y la crianza, los éxitos
son el resultado de un trabajo a largo plazo en el que tenemos que apostarle a
la familia como un buen equipo emocional, hacer un acompañamiento
activo, identificar las mejores prácticas educativas y hacer inversiones
inteligentes y positivas. Esto quiere decir, dedicar el tiempo y la atención
suficientes para conocer a nuestros hijos, identificar sus talentos y virtudes,
así como aquellos aspectos en los que pueden trabajar para fortalecer la
confianza en sí mismos; orientarlos con afecto y firmeza, mostrándoles
con sabiduría los posibles caminos que pueden transitar; entender que la
formación de los valores y habilidades sociales que les permitirán
desarrollarse plenamente en sociedad, es un proceso, que tal como lo entendió
el profesor Pékerman, implica un compromiso decidido y permanente, en el que
cada acción del presente es una forma de construir el mañana.
Sin que este sea su fin, la experiencia de la
selección Colombia se ha convertido en un referente social que nos
inspira muchas reflexiones, entre ellas que educar nuevas generaciones
implica esfuerzo, entrega, dedicación, disciplina, confianza, creatividad y
visión, y que al igual que en el buen fútbol, esta también puede vivirse con
alegría y pasión.
Publicado en el Diario la Crónica del Quindío, Julio 20 de 2014 por MARIA ELENA LOPEZ