¿Qué pasa con los jóvenes?
El
suicidio de un joven estudiante motivado, según él mismo lo describe en una
carta póstuma, por la intolerancia sufrida debido a su condición homosexual, la
demanda ganada por una joven estudiante a quien un compañero la dejo
parapléjica y muchos otros casos más que no se
divulgan, constituyen una realidad alarmante que nos
muestra de manera impactante que la violencia está atravesando la vida de los
jóvenes, convirtiéndolos en víctimas y victimarios.
Retomo algunos apartes de un artículo publicado por mí en esta
misma columna hace algunos meses, porque después de leer estas noticias, me veo
abocada a repetir con impotencia las mismas inquietudes. ¿Qué hay detrás de
estas conductas violentas?, ¿cómo actuamos en nuestro papel de padres,
familiares, amigos, vecinos, gobernantes, maestros o ciudadanos para
desincentivar, prevenir o por el contrario reproducir o motivar estos patrones?,
¿qué contrapeso hacemos a la influencia nociva de los modelos de violencia,
mostrados en los medios de comunicación, la televisión, los juegos de video, la
internet y las redes sociales, a las cuales los jóvenes están expuestos desde pequeños.
Estas preguntas más allá de buscar un culpable externo o establecer penas o castigos más duros, nos deben llevar a una reflexión profunda sobre lo que nos toca a
cada uno en este complejo fenómeno.
En la multiplicidad de sus causas, es
una problemática que cuestiona el sistema de valores que se construye desde la
familia, pero también la educación que se imparte en la escuela, las maneras de vivir en
comunidad, las decisiones de los gobiernos, las presiones
e influencia de un mundo consumista que
incitan al individualismo, promueve la indiferencia y la falta de empatía con
el otro.
Como dicen popularmente, “todas las
anteriores “, contribuyen a crear un
entorno personal, familiar y social que actúa como un detonador que impulsa a
los jóvenes a usar la violencia contra otros y contra ellos mismos, como
alternativa injustificada para expresar su inconformidad y su diferencia o lo que es más doloroso y triste
su soledad, abandono y falta de guía.
Esto suena a una frase trillada o de cajón, pero tenemos que trabajar juntos para construir buenas relaciones entre padres e hijos, maestros
y alumnos, con una comunicación afectuosa y cercana y un ejercicio de la disciplina equilibrado y
justo. Necesitamos, adultos, jóvenes y niños, aprender formas correctas de
enfrentar y resolver los conflictos y expresar positivamente las emociones y sentimientos. Es
urgente cambiar las prácticas agresivas
con las que interactuamos a diario, por unas más amorosas y pacíficas, dirigidas
al entendimiento, la solidaridad y la
aceptación de la diferencia. La paz que tanto anhelamos es una decisión diaria que comienza en cada
uno, como resultado de la suma sostenida
de pequeñas acciones. No tenemos que esperar a la firma de los acuerdos en la Habana.
Nota: Quisiera rescatar la importancia de la campaña , “SOY CAPAZ”
, lanzada hace pocos días y que convoca
a 120 empresas colombianas con el fin de aportar en la construcción de
la paz.
Transformación de una cultura de violencia a una de convivencia
pacífica.
Publicado
en el Diario La Crónica del Quindío,
septiembre 14 de 2014, por MARIA ELENA LOPEZ